martes, 17 de marzo de 2015

Inherent Vice de Paul Thomas Anderson y El grito de Munch


Cuando la esencia del artista es la de ahondar en la profundidad de las vivencias humanas y en reforzar ideas, en ocasiones, el contexto necesario para mostrarlas deviene un obstáculo. Así lo entendieron los impresionistas, postimpresionistas, fauvistas y expresionistas de finales del XIX y principios del XX. Edvard Munch así lo hizo para mostrar el desconsuelo, la tristeza, el desamparo y la desesperación de estar rodeado en un mundo que se torna subjetivamente irreal, ingrávido y vertiginoso. De la misma manera parece moverse Doc Sportello, salvo que mientras su espacio en ese instante preciso se mantiene rígido, podemos advertir por su posado que no soporta la amarga infelicidad de la incomprensión del mundo que le rodea. Y no lo vemos en esa escena casi final, pero sí durante el periplo en este ejercicio en el que Paul Thomas Anderson, un siglo después que sus colegas artistas de carácter pictórico, se deshace, al igual que ellos, de lo realista para inmiscuirse en lo personal. En el caso del norteamericano, presenta un sinfín de situaciones que no forman un guión lineal muy coherente, pero que nos invitan a naufragar por las preocupaciones de su personaje principal.


El resultado de todo esto es la claridad del mensaje valiéndose de la forma sin tener que someterle a los caprichos de lo verídico y lo terrenal. Godard afirmaba que el cinematógrafo llevaba un siglo de retraso respecto a las demás artes. Su Adiós al lenguaje supone una obra más radical, afirmando incluso odiar a los personajes. Paul Thomas Anderson no busca algo tan intelectual, se distancia del arte conceptual para rendirse a los drogados trazos de los expresionistas, distorsionando la realidad y buscando el impacto sensorial, extrayendo pura vivacidad de su obra.



Luis Suñer

domingo, 8 de marzo de 2015

Blow-up 1966



DirectorMichelangelo Antonioni 

GuiónTonino Guerra & Michelangelo Antonioni (Cuento: Julio Cortázar)

Nacionalidad: Reino Unido

Sinopsis:  Adaptación de un cuento de Julio Cortázar que narra la historia de un fotógrafo que, tras realizar unas tomas en un parque londinense, descubre al revelarlas una forma irreconocible que resulta ser un cadáver. Premiada en el Festival de Cannes con la Palma de Oro.


Hoy en día, focalizar nuestra vista en un punto concreto de una fotografía, deslizar nuestros dedos y agrandar el tamaño a nuestro antojo, está al alcance de cualquiera. Si alguien se puede anotar un tanto como visionario sobre este sistema es Steven Spielberg al adaptar la novela homónima de Philip K. Dick Minority Report en 2002. El protagonista del film del que hoy tratamos, de Michelangelo Antonioni (1912-2007), director italiano del cual destaca, entre su extensa filmografía, la trilogía de la incomunicación (La aventura, 1960, La noche, 1961 y El eclipse, 1962), es un joven que se vale un mecanismo mucho más rudimentario a la hora de acceder a toda la información que contiene una imagen por el mismo tomada.

Es necesario pararnos aquí porque este es el tema principal sobre el que gira esta extraña, atípica y anómala película ganadora de la palma de oro en el Festival de Cannes de 1966. No podía ser para menos tratándose de una adaptación de un relato del escritor argentino Julio Cortázar, asiduo a inmiscuirse en terrenos en los que, lejos de los universos ideados por García Márquez o Juan Rulfo, sigue aunando en un mismo espacio un seguido de realidades adversas e incompatibles fusionarse generando un desconcierto existencial en sus propios protagonistas.

La película se abre con un seguido de planos donde vemos a nuestro fotógrafo salir de los espacios en los que se camufla, siendo un intruso, para realizar un seguido de trabajos. Sin embargo, parece que donde más éxito tiene es en el mundo de la moda. En un ámbito en el que actúa como un Dios, sosteniendo con fuerza su cámara, ordena y manda sobre el culto al cuerpo, poseyendo su esencia física, capturando su imagen, siendo dueño y señor de lo que capta su objetivo. Materializado desde la sexualidad casi violenta, la frialdad y la severidad, el joven fotógrafo se mueve por una sociedad alienada expuesta en situaciones como la del concierto, en el que la juventud vive con aburrimiento un concierto de rock, en una escena al más puro estilo Aki Kaurismaki, con un final efectista en el que el tumulto se tira a alcanzar el fragmento de una guitarra rota por uno de los músicos, evidenciando el culto al objeto del famoso, sin sentir ningún estimulo por su actividad artística.

El joven fotógrafo tiene otros intereses, busca de realizar un libro más artístico. Se pierde en la soledad de los jardines londinenses, retrata a la gente desde la distancia. Y es que la distancia de las fotografías en el parque donde se realiza el macguffin de la película, se fusiona con la mirada subjetiva del protagonista y la mirada distante del director. Una mirada subjetiva que en ocasiones se desdobla engañando al espectador, mezclándose en el desconcierto del personaje. Así pues, el poder que confiere la imagen como material que atrapa la verdad, acaba por proliferar un sincopado ataque de búsqueda del significado intrínseco de ésta.  Se ve incapacitado por factores externos para resolver su cometido, investigar sobre el asesinato, responder a la verdad a la que apuntan las imágenes tomadas por su cámara. En un acto de valentía y libertad, llega al parque donde se encuentra el cadáver. Tras un periplo involuntario posterior, el cadáver ya no existe.

Llegamos al epílogo, unos mimos, jóvenes de excelsa vitalidad que contrarrestan con el resto de la juventud mostrada en el film, realizan un partido de tenis ficticio sin raquetas ni pelota. El fotógrafo lo observa. Se les sale la pelota de la cancha. Nuestro amigo, viéndose interpelado por ellos, va a buscar la inexistente bola y la lanza de nuevo. De repente, escucha, mientras lo vemos a él en primer plano y ellos se mantienen en fuera de campo, logra escuchar el sonido del peloteo de los improvisados tenistas. Parece que como espectador (ya no es él quien se encuentra detrás de la cámara), se ha creído la ficción que estos muchachos están llevando a cabo. Acto seguido, su figura desaparece. Nosotros también nos habíamos creído su historia. Pero en realidad no existe, nos encontramos ante una ficción.

Luis Suñer